Adiós Arturo. Funeral a la Cubana.
A partir de la muerte a los 101 años de un polifacético artista muy famoso llamado Arturo, La Cubana desarrolla una loca comedia que supone un canto a la vida con toques surreales y aliñada con los típicos detalles propios de la compañía, incluida la participación del público. Hablamos con el director, Jordi Milán.
Tras ‘Campanadas de boda’, ¿tocaba el funeral? Siempre tocamos la misma historia. Nos repetimos más que los loros. Siempre hacemos teatro de la familia, teatro social, de las cosas cotidianas. El funeral y la muerte dan mucho de sí pero en realidad no va por ahí. No es que ridiculicemos la parte teatral de la historia. A partir de la muerte de un tío de Bilbao, artista y polifacético, le damos la vuelta porque se trataba de un personaje que es antipena, que quería que su funeral fuese una fiesta.
Entonces, nada de humor negro. En efecto, es todo alegría, una fiesta. Es como aquel que dice ‘ya he llegado hasta aquí y me puedo morir en paz’. Como se trataba de un tipo un poco raro y con mucha pasta nos contrata a nosotros, La Cubana, para organizar su funeral. Lo que la hace especial es que empieza al revés, comenzamos por el nudo, seguimos con el desenlace y terminamos con el planteamiento.
El vestuario es, como siempre, muy colorido. Hay un poco de todo. Nos va el colorín, el plumerío y todo ese tipo de cosas. Todos los espectáculos de La Cubana se parecen y a la vez son muy distintos. Lo que nos gusta son estas situaciones contradictorias de la vida como la de utilizar frases hechas para expresar emociones como las de “te acompaño en el sentimiento”.
¿Tiene mucho toque musical? Es una parte. El espectáculo dura casi dos horas y es todo seguido pero podríamos decir que tiene tres segmentos. Una de las partes sí que es bastante musical. Nosotros no sabemos ni cantar ni bailar pero practicamos el arte del disimulo.
Hay diez intérpretes, ¿a cuántos personajes interpretan? Son diez actores que se desdoblan en una infinidad de personajes, quizá unos sesenta.
Aparte de los habituales de La Cubana, ¿hay alguna nueva incorporación? Repite gran parte del equipo de ‘Campanadas de boda’ pero hay un par de personas que vienen de un espectáculo que hicimos solo en Barcelona que se llamaba ‘Gente bien’. ‘Adiós Arturo’ es un espectáculo de gran formato que hemos estrenado fuera. Primero será la gira que incluirá su paso por Bilbao y al final será cuando llegue a Madrid y Barcelona. Hay un chico y una chica ‘nuevos’, Edu Ferrés y Virginia Melgar, pero la mayoría son los clásicos.
«El término comedia está mal entendido porque a veces parece que sea una cosa intrascendente, que no es teatro de hacer pensar. Nosotros creemos que puede hacer reír pero que también te puede servir para criticar muchas cosas y mandar mensajes».
Dais mucha importancia al loro, ¿fue fácil trabajar con él? El loro es el protagonista. Es el actor más actor. Está todo el tiempo en el escenario. Es complicado trabajar con él porque hay que tener cuidado con las visitas del etólogo, el veterinario…el loro no hace nada, está como una decoración pero tiene mucho que ver con el espectáculo.
Habláis de repetiros como loros, pero ¿este es el estilo que os gusta? También solemos decir en Cataluña ‘te repites más que el ali oli’. Pensamos que el teatro no es repetir sino cambiar cada día. No se trata de reproducir algo que está escrito. Se puede interpretar de muchas maneras y depende del día que tengas sale de una u otra manera. Depende de ti y también del público. Es una obra de arte efímera.
¿Os parece que la comedia se toma en serio? El término comedia está mal entendido porque a veces parece que sea una cosa intrascendente, que no es teatro de hacer pensar. Nosotros creemos que puede hacer reír pero que también te puede servir para criticar muchas cosas y mandar mensajes.
Este Arturo Cirera Mompou se convierte en un artista famoso de cada ciudad en la que interpretáis la obra, ¿es importante para vosotros acercarla al público? Siempre adaptamos los espectáculos al lugar. Eso nos encanta. Es un trabajo tremendo para nosotros. Hablamos de tú a tú con el público y rompemos la cuarta pared. Sería absurdo que habláramos de una realidad de Barcelona si estamos interpretando la obra en Bilbao, por ejemplo.
¿Qué experiencia habéis tenido en el País Vasco? ¿Somos un público más frío a la hora de participar? Para nada. Siempre hemos conectado muchísimo. Nosotros los catalanes somos un poco sosos, tenemos un humor un poco especial, de reírnos de nosotros mismos. En Pamplona, Vitoria o Bilbao el público no es para nada seco. Es muy entregado. Conectamos mucho. Nosotros hemos estado en Bilbao con todos nuestros espectáculos desde los inicios con las Cubanadas y el ‘Cómeme el Coco, negro’. Todo se ha aceptado perfectamente. Yo creo que el vasco también sabe reírse de sí mismo.
La Cubana suele tener éxito de taquilla pero ¿habéis tenido algún momento de crisis? Me estas preguntando esto y me estoy agarrando a la pata de la silla y tocando madera. Nos ha ido todo bien. Ha habido cosas que han tenido mucho éxito y otras un poco menos. No te lo planteas como una máquina de hacer éxitos. A mí particularmente me importa un pito. A mí lo que me importa es que me guste a mí. Al final si a ti te gusta hay más posibilidades de que le guste al público. La diferencia de nuestros espectáculos con los de otras compañías es que cuando nacen están vivos y cuando lo dejamos de hacer está todavía más vivo que cuando surgió. Los espectáculos van a mejor. No acabamos haciéndolo como rosquillas. Cuidamos el detalle, que no se mecanice. Después de ‘La tempestad’ en el 98 nos planteamos un poco que teníamos que cambiar porque nos lo pasábamos teta pero no nos daba para vivir. Llegó como una reconversión que es de donde surgieron los éxitos como ‘Cómeme el Coco, negro’. Nos liamos la manta a la cabeza y continuamos. En La Cubana nunca se prevé el mañana.
O sea, que mantenéis la ilusión. Tenemos toda la ilusión. Esa es la base, la palabra adecuada. Mucho trabajo, constancia pero sobre todo mucha ilusión. Con eso se pueden mover montañas.
La Cubana nace en los años 80 en torno a Sitges, ¿cómo fueron esos comienzos? Estábamos en un pueblecito muy moderno, por el turismo, los gays, el rollo cosmopolita…pero éramos una gente de pueblo y como en todos los pueblos se hacía teatro. En un momento dado allí había un festival de teatro en la época franquista, lo cual resulta sorprendente. Nosotros aprendimos de ver gente que venía de fuera. A partir de ahí jugamos y jugamos y el festival nos sirvió un poco de plataforma, pero no para hacer cosas dentro del festival sino para nuestras burradas, por nuestra cuenta. Después eso tuvo éxito, fue conocido y nos empezaron a contratar por toda España. Las ‘Cubana’s Delikatessen’ eran una gamberrada que había gustado a críticos de renombre y así nos convertimos en profesionales. Hemos trabajado mucho pero también hemos tenido mucha suerte porque el público nos ha seguido siempre. Texto de Roberto González. Fotografía de Jordi Pla. Fotografía de portada de Joan Riedweg.