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El virus del egoísmo. La filosofía detrás de ‘El Hoyo’.

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 ‘El Hoyo’, dirigida por Galder Gaztelu-Urrutia, con Iván Massagué, Antonia San Juan y Zorion Eguileor, llega a Netflix el 20 de marzo.

Texto de David Ontoria. Tras un sonoro éxito en festivales, ‘El Hoyo’, dirigida por Galder Gaztelu-Urrutia y escrita por Pedro Rivero y David Desola llega a Netflix el 20 de marzo. Esta película vasca de ciencia-ficción que es pionera ya sólo por eso, propone un interesante high-concept: una estratificación social en la que hay dos personas encerradas en un nivel, cientos de niveles y una plataforma con comida que va bajando de nivel a nivel y que se va agotando ya desde los primeros niveles, sin quedar nada para los de abajo. Podría parecer un sucedáneo de ‘Snowpiercer’ o ‘Cube’, pero ‘El Hoyo’ pronto se revela no sólo como un producto con identidad propia, sino como uno que supera en muchos aspectos a sus precursoras conceptuales.

‘El Hoyo’ sobresale primeramente por el aprovechamiento del espacio y los objetos para dar matices al mundo construido, algo esencial en la ciencia-ficción. En cuanto a los objetos, tenemos un cuchillo introduce perfectamente al personaje de Trimagasi (Zorion Eguileor) y su triste patetismo, anticipando también la verdadera cara de ese lugar. En cuanto al espacio, el hecho de que haya sólo dos personas por nivel hace que a menudo nos encontremos con dinámicas similares a las de una pareja sentimental tóxica. Estos detalles, junto a otros como el tener la almohada preparada para que no duelan las rodillas al comer, revelan que esta historia ha estado largo tiempo germinando en la mente de sus creadores.

Otro de los puntos fuertes de la película son sus personajes, empezando por Goreng (Ivan Massagué). Los personajes que cumplen el papel de espejos del espectador son difíciles. A menudo acaban redundando en los registros psicológicos más planos (Sam Worthington en Avatar por poner un ejemplo entre cientos), llevando a la pérdida de implicación a pesar de pretenderla. Pero en Ivan Massagué hay gestos, confusión, vulnerabilidad y una humildad genuina que sostienen en todo momento la implicación del espectador. El ya citado Trimagasi es tan deliciosamente perverso como misteriosa es Imoguiri (Antonia San Juan), un personaje que no es de abajo pero que demuestra una conciencia que tampoco parece accesible para los de arriba.

Aquí se me va a permitir un inciso para criticar la ausencia de diversidad de papeles para personas racializadas en el cine español. Es realmente insultante que sólo se recurra a actrices negras para hacer de prostitutas y a actores negros para hacer de narcotraficantes en tantas y tantas series policíacas. Luego están los inmigrantes para los que la pena es el único estado psicológico a su alcance (‘Naufragio’ de Pedro Aguilar) o como mucho, y en una vertiente buenista de deshumanización, salvajes bien dotados (‘Lo nunca visto’ de Marina Seresesky). Por eso se agradece ver a un personaje como Baharat (Emilio Buale) en ‘El Hoyo’. Porque aunque su arco remite a la odisea de la inmigración subsahariana, no está lastrado por la visión unívoca que occidente tiene del inmigrante, y a pesar de sus circunstancias posee una fortaleza contagiosa que da el empujón que necesita a Goreng en un momento de derrota.

«Podría parecer un sucedáneo de ‘Snowpiercer’ o ‘Cube’, pero ‘El Hoyo’ pronto se revela no sólo como un producto con identidad propia, sino como uno que supera en muchos aspectos a sus precursoras conceptuales».

Discrepo profundamente con la opinión crítica generalizada de que ‘El Hoyo’ es una película nihilista sobre el egoísmo. Esa definición genera unas expectativas de ver a distintos personajes revolcándose en el barro. Y algo de eso hay, pero afortunadamente no se queda en esa constatación autocomplaciente de la realidad y tira por otro lado.

Uno de los aspectos más interesantes de la película es la transición filosófica que nos propone. El primer tramo, con el descubrimiento del carácter de Trimagasi, está hermanado con el pesimismo de Schopenhauer y su postulado “el mundo es el infierno, y los hombres se dividen en almas atormentadas y diablos atormentadores”. Pero a lo largo de la película asistimos a un cambio que nos lleva al existencialismo de Sartre. En este caso, la negación de un sentido superior no está para ayudar al alma perezosa a justificar su inacción, sino para subrayar la importancia de crear un sentido propio.

Y aquí entra también Andrei Tarkovsky, y ‘Nostalgia’ y ‘Sacrificio’ en particular. Porque aunque no tengan nada que ver en todo lo demás, sí que tienen un vínculo temático. Y no es uno trivial, sino uno que hace latir a las tres películas. Tras el exilio de su rusia natal, Tarkovsky se obsesionó con la idea del sacrificio para remendar una civilización falta de valores. Los protagonistas de sus dos últimas películas son vasijas de verdades espirituales que han entrado en desuso y que son despreciadas e incomprendidas por la gente del presente. Dentro llevan el poder, la carga y la responsabilidad de transmitir un saber primordial cuando todos los elementos de su entorno animan a su derrota. Todo se alinea para que renunciar a esa idea sea lo más razonable.

'Nostalghia', Andrei Tarkovsky (1983)

‘Nostalghia’, Andrei Tarkovsky (1983)

En un extraordinario plano secuencia de nueve minutos de ‘Nostalgia’, el protagonista camina portando una vela. En ella se encuentra la luz de ese saber primordial, tan elusivo y frágil, que se apaga constantemente. Pero el protagonista insiste en reiniciar el camino hasta conseguir llegar a su destino con la vela encendida. Para cuando lo consigue, y tras el extraordinario uso del tiempo dentro del plano, nos parece un milagro que la luz haya conseguido mantenerse encendida. La lucha por mantener la luz es análoga a la lucha por llevar la panacota hasta el nivel más bajo en ‘El Hoyo’.

Por otro lado, en ‘Sacrificio’, un cataclismo indeterminado ha arrasado con la humanidad quedando sólo los protagonistas vivos. El protagonista podría juzgarse fácilmente como un loco, pero Tarkovsky juega con lo apocalíptico para hablar sobre una posible regeneración. En este personaje se dan las semillas para el hombre que habría de definir un nuevo mundo utópico. Es aquel capaz de sacrificarse, de sentir el pulso de la humanidad misma en sus venas, el que merece heredar la tierra. Alguien que ha escarbado tan hondo en su individualidad que ahora puede renunciar a ella en pos de todos nosotros. El sacrificio como columna vertebral de la esencia humana.

En el personaje de Goreng aparece ese mismo proceso. El desprendimiento paulatino de las capas superficiales de la experiencia humana, el cambio de prioridades: de sobrevivir a transformar el mundo que le rodea, del interés personal al papel de protector de ese algo más grande que él mismo, ese algo que si fuera transmitido con éxito cambiaría la forma en la que vivimos y nos tratamos.

‘El Hoyo’, pues, es una película que no se contenta con ser cool, gamberra o vivir de su concepto inicial sin proponer nada más. Es una película que tiene algo que contar y lo hace sin pomposidad y sin renunciar al disfrute pulp. Es cierto que el cine de género en España goza de cierto resurgimiento. Son muchos los ejemplos de thrillers y films de terror visceral y con nervio, pero aún faltaba un cine de género con altura conceptual y calado filosófico.

Y es ese calado filosófico el que nos revela que ‘El Hoyo’ no es una película sobre el egoísmo, sino sobre el tortuoso camino para trascenderlo. Porque esa ausencia de egoísmo, esa entrega por la humanidad y su futuro, es el único martillo que podrá derribar todas las cárceles del mundo y de la mente.

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