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Gracia Querejeta. Señoras en chándal por un parque.

GraciaQuerejeta

La directora de ‘Siete mesas de billar francés’ aborda espinosos temas como el peso/paso del tiempo, la pérdida del apetito sexual y la discriminación laboral por edad (madura) en su nueva película, ‘Invisibles’, que protagoniza un trío de primeras figuras: Emma Suárez, Nathalie Poza y Adriana Ozores, con la colaboración de Blanca Portillo.

Como se ve en ‘Invisibles’, la amistad es un férreo vínculo: sus mujeres son más sinceras entre ellas que con sus parejas o familia. Sí, hasta el punto de pelearse, pero es que yo con mis mejores amigas también tengo desencuentros, a veces escandalosos: tengo un vínculo tan estrecho que persiste la amistad a pesar de todo. Este es el caso del film: ellas tienen muchísima confianza, se conocen bien y se respetan en sus diferencias, pero no pueden evitar que salte la chispa de vez en cuando.

Porque se dicen verdades, sin pudor, y eso es maravilloso, aunque a veces duela… Así debería ser en los ámbitos más íntimos. Pero a veces por evitar problemas o por comodidad no se hace, porque pelearse no es cómodo ni aparentemente deseable. Son mujeres muy diferentes: no tienen nada que ver una con la otra y, sin embargo, son amigas. Esto me pasa a mí: algunas de mis mejores amigas son muy distintas incluso en forma de vida o políticamente estamos distantes, pero hay un vínculo que nace, se desarrolla, como un cordón umbilical que te une a cierta gente, independientemente de muchas cosas.

Uno de los temas terribles que aborda ‘Invisibles’ es cómo se expulsa del mercado laboral a gente experimentada. Es un problema común entre hombres y mujeres, pero, como dicen las estadísticas, afecta más a la mujer. Ya se hablaba de ello en mi cortometraje ‘Cordelias’: con la mitad de la vida por delante no tener trabajo, no poder reengancharte al mundo laboral, porque nadie quiere contratar a una persona de 50 años. Me parece terrible. Socialmente es un problema enorme y a medida que la esperanza de vida vaya siendo mayor, se va a agudizar: o cambiamos las estructuras mentales sobre lo que significa alguien de cincuenta años y sus capacidades o si no, mal vamos.

Cuando tienes ya una experiencia y eres mejor en tu trabajo… el mercado te expulsa. Hay una enorme contradicción ahí. Es una línea fronteriza absurda, un plazo de ecuador ficticio, salvo en las cabezas de mucha gente. También el deseo sexual decae con la edad, pero cómo decía Buñuel: «¡Qué liberación no depender de él!”. Jaja, qué liberación no tener que estar gustando siempre; pero el personaje de Emma Suárez se niega a no gustar, a que las cosas hayan cambiado. Eso es algo que uno tiene que ir aceptando. No digo que no vayas a encontrar el amor de tu vida a los setenta años: eso es diferente. Hablo de gustar por el gustar. No me da vergüenza decir que cuando tenía 20 años entraba en un sitio y los hombres me miraban y ahora es raro que me mire alguno: eso es también invisibilidad, qué le vamos a hacer, lo que pasa es que es menos controlable que la del trabajo, donde sí se puede hacer algo para que cambie.

El personaje de Emma sufre enganche a la seducción: ha sido una mujer seductora y le falta aquel subidón. Claro, el arma que ella ha empleado toda su vida: la seducción, que los hombres también utilizan. Pero si eso te empieza a fallar, te cagas de miedo. Y si pierdes el trabajo al mismo tiempo… ¿a qué te agarras ahora? Texto de Alfonso Rivera. Fotografía de José Haro.

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