Carmelo Gómez. El jardín imaginario.
El actor leonés protagoniza junto a Ana Torrent ‘Todas las noches de un día’, un thriller basado en una historia de amor inconfeso entre un jardinero y la dueña de la casa, dirigida por Luis Luque a partir de un texto de Alberto Conejero.
Los personajes de la función tienen un pasado complejo, ¿cómo se presenta eso en una función de 90 minutos? El pasado complejo es sobre todo el de la mujer. Es un pasado lleno de frustraciones. Él es un hombre sin pasado y casi sin presente. Es una persona que vive como jardinero y es una forma de ser, de vivir y de mirar. Casi no tiene relación con los demás. Está siempre rodeado de plantas y sólo habla con ellas. Cuando viene a trabajar al jardín de Silvia (Ana Torrent) se encuentra que hay algo que es capaz de despertarle un amor mayor que el que le despierta la foresta, pero no puede ser porque hay una gran diferencia de clase, de punto de vista, de criterio. Él es el jardinero de la casa y obviamente que esté enamorado de ella no la obliga a nada, pero él es el único que la cuida y que está con ella y, fuera de todo lo que se refiere a relaciones sexuales, se convierten en una pareja eterna, sellada por la necesidad que uno tiene del otro.
¿De qué manera entienden el amor los protagonistas? Como en todos los amores casi siempre deseamos que la otra persona nos corresponda. Queremos de alguna manera sacarle un rendimiento afectivo pero eso es muy egoísta, porque si tú quieres a un hijo, por ejemplo, no esperas nada de él. Esa contradicción está a lo largo de todo el relato. Pero los hechos les llevan a no separarse.
La palabra ‘poesía’ aparece mucho cuando se habla de esta función, ¿cómo se representa esa poesía en la obra? El texto tiene un carácter cien por cien poético. Nos ha costado mucho llevarlo a diálogos, a una narración contemporánea, con causalidad y todas estas cosas, porque cuenta con repeticiones, simbología y con palabras rebuscadas y poéticas. Es muy difícil convertir todo eso en coloquial. Todo el espacio se ha construido de manera que parezca un invernadero pero a la vez todo ocurre en la imaginación de uno de los personajes. Eso para mí es lo más poético de todo.
¿Cómo es el espacio escénico creado por Monica Boromello? El espacio simula un invernadero pero poco a poco terminamos por olvidarnos de que eso ocurre donde los personajes tienen los pies y vemos que sucede donde tienen la cabeza. Eso se consigue sobre todo a través de la luz. Luz y música van a crear un lugar donde se levita. Ya no es “érase una vez” sino “érase un recuerdo”. Ya no es un relato causal sino espiritual.
¿Qué importancia tiene la música? Total. El personaje femenino tiene obsesión con las canciones italianas. La música italiana sobre todo de los sesenta está sonando de manera recurrente. Aparece también el punto de vista del narrador, el jardinero, y a él también le acompaña una música. No es una música descriptiva sino sensorial.
¿En qué género situarías el relato? Es algo que ya ha ocurrido como en todos los thrillers. Se trata de saber cómo ha ocurrido el crimen pero no se queda todo en la trama del thriller. Aquí nos quedamos en el mundo sensorial, se trata de contar una historia de amor por encima de esa intriga.
Tomaste la decisión de abandonar el cine, ¿alguna vez lo has echado de menos? Lo echo de menos todos los días con gran dolor pero no voy a volver tal y como está. Ahora mismo el cine es preso de las televisiones y las televisiones son anticine. Yo no quiero estar ahí y no puedo ponerme ante un texto de un día para otro. Yo hacía un cine de autor, creativo y artístico y como ha desaparecido yo también he desaparecido. Me gusta pensar que me fui con eso.
En el programa de ETB ‘La noche de…’ destacaron el hecho de que a pesar de ser de León habías hecho de vasco en 8 películas, ¿te sientes algo euskaldun? Esa es la realidad. Yo no he hecho nunca de castellano-leonés. Sin embargo de vasco es de lo que más he hecho. Gracias a Uribe y a Medem. Todos esos personajes introvertidos pero de una fortaleza extraordinaria. Hay algo muy identitario de esa tierra vuestra llena de montañas y caseríos y cada caserío es casi una fauna nueva. En 2012 hice ‘Baztan’, tratando de recuperar el espíritu de ‘Vacas’. Rodamos en Navarra, que es un espacio geográfico similar, y reconocí el cariño que le tengo a ese mundo. Si fuese posible me gustaría terminar mis días por allí. Me gusta mucho esa tierra. Texto de Roberto González. Fotografía de Sergio Parra.