Aitana Sánchez-Gijón. Voces frente a la guerra.
Tras haber interpretado a Medea en el teatro, la actriz se pone en la piel de Hécuba en una obra que habla sobre el destino de las mujeres tras la guerra de Troya y su destino en cualquier otra guerra. En el reparto la acompañan Maggie Civantos y Ernesto Alterio, único hombre en un reparto mayoritariamente femenino.
¿Qué cambios se han realizado en esta versión con respecto a la obra de Eurípides? ¿Se ha dado más peso a las mujeres? La presencia de las mujeres es también fundamental en la obra de Eurípides. De hecho el coro de las troyanas se supone que son unas cien mujeres y nosotros estamos haciendo el espectáculo con seis mujeres, un hombre y un niño. El responsable de esta versión, Alberto Conejero, ha reducido el número de personajes masculinos a uno, Taltibio, el mensajero, y lo ha convertido en una especie de Drácula que ha de vivir siempre con esa culpa y esa sensación de lo que pudo haber hecho, hasta qué punto las personas normales no son responsables de las grandes catástrofes como las guerras. Eso hace que el espectador que ve las noticias y que piensa ‘qué barbaridades ocurren en el mundo’ se vea de alguna manera interpelado porque nunca se ha visto en la tesitura de tener que tomar decisiones tremendas en situaciones límite. Además se han introducido dos personajes que no estaban en la obra original. La primera es Políxena, la hija pequeña de Hécuba, que aquí es un ser fantasmal que ya ha muerto y reivindica haber muerto con dignidad en vez de vivir esclavizada. El otro añadido es el personaje de Briseida que sale de la ‘Ilíada’ que es una esclava que se rifan Aquiles y Agamenón y acaba teniendo un poco el síndrome de Estocolmo por preferir a uno de sus dos captores como mal menor pero acaba preguntándose ‘¿Qué soy yo?’, ni siquiera ‘quién’, como las niñas de Boko Haram que lograron liberar y que ahora están muchas de ellas regresando a sus captores porque lo que encuentran en sus familias es el rechazo absoluto. Todos esos paralelismos con la época actual están ahí. Conejero también ha actualizado los diálogos y ha eliminado a los dioses. Los interpelamos pero ya no son personajes de la obra y de alguna manera nos han olvidado.
Durante el espectáculo se proyectan imágenes actuales de la guerra y los refugiados. Hay unas imágenes muy impresionantes de Alepo destruido cuando hablamos de la destrucción de Troya y de que las estatuas ya han sido derribadas. También hay imágenes de mujeres exiliadas, tanto sirias como chechenas…esto nos remite al aquí y ahora pero también al papel que han tenido siempre las mujeres en las guerras. Los hombres morían en la guerra pero a las mujeres las convertían en un botín sexual, y a los niños no los mataban porque aún podían adoctrinarlos. En resumen a los hombres los mataban, a las mujeres las convertían en esclavas y a los niños les lavaban el cerebro.
Has interpretado a Medea y ahora a esta Hécuba, ¿te gusta realizar estos personajes tan emocionalmente intensos? Es un ejercicio muy extremo y muy agotador emocional y físicamente. A mí me deja extenuada. Los mitos y las tragedias griegas reflejan muy bien cómo somos, sirven de espejo y reflejan todos nuestros demonios, nuestras debilidades, las luchas de poder, los fundamentos de nuestra democracia. Aunque sea muy duro encarnar estos papeles yo me siento como una médium porque los mitos griegos son nuestra historia fundacional como cultura. Yo me veo como un eslabón de una cadena para representar este tipo de obras que nos recuerdan quiénes somos.
«En la guerra a los hombres los matan, a las mujeres las convierten en botín sexual y a los niños les lavaban el cerebro».
Representar este tipo de obras en Mérida o el teatro romano de Málaga tiene que tener una magia especial que remite a los orígenes del teatro. Claro que la tiene. Aunque sean sitios tan grandes y con casi 3.500 espectadores te sientes acogido por esas piedras pero también está bien luego pasar a plateas y aforos más pequeños porque sientes más intimidad. Tras estar en esos teatros al aire libre hacer esta gira en teatros más recogidos le quita un poco de épica a lo que hacemos y lo convierte en algo más íntimo y cercano.
¿Qué puede extraer de la obra el espectador? La directora, Carme Portaceli, quería huir el lamento. No quería que fuera sólo un lamento de las mujeres que son víctimas pasivas de la guerra. Quería darles una voz y una resiliencia y plantar en ellas la semilla de la esperanza y del renacimiento, fundamentalmente a través del personaje de Hécuba, que lo ha perdido todo. Sin embargo tantas veces como cae, se levanta. La historia ha sido siempre contada por los vencedores y por los hombres que han provocado las guerras. ‘La Ilíada’ es una gesta maravillosa y uno de nuestros mitos fundacionales y sin embargo es una gesta de guerreros. Los héroes son nobles, son valientes, se honra al enemigo cuando muere…Se trata del hombre que se siente realizado con la guerra. Hécuba lo que hace es reivindicar la palabra porque cree que es necesario que se escuche su versión de los hechos.
¿Crees que el cine ofrece papeles menos interesantes para las mujeres que el teatro? A medida que me voy haciéndome mayor veo que en teatro puedo hacer personajes más complejos y más apasionantes, todo lo contrario que en el cine. Afortunadamente ahora acabo de participar en una película, ‘Thi Mai’, dirigida por una mujer, Patricia Ferreira, que protagonizamos tres mujeres (Carmen Machi, Adriana Ozores y yo) y cuya guionista es también una mujer. Pero eso es una excepción dentro del panorama cinematográfico de nuestro país.
Tal como se ha comentado recientemente, ¿te parece que se debería plantear el debate sobre el acoso sexual en el mundo del cine español? Ese debate tiene sentido en la sociedad y en el mundo entero. Refleja lo que ocurre en cualquier caso en el que el hombre se encuentre en una situación de poder y pueda abusar de ello y convertirse en un depredador. Eso es algo que forma parte de una creencia masculina que ciertos hombres utilizan abusivamente en el cine o en los supermercados…Centrarse en el sector del cine como si fuera el único en el que están sucediendo estas cosas me parece un poco frívolo. Es una lucha que tenemos que tener entre todos, también por parte de los hombres de bien que no se sienten identificados con estos comportamientos. Texto de Roberto González. Fotografía de Jero Morales.