Paco León. Mil maneras de disfrutar.
“Kiki, el amor se hace” es la tercera película como director de este hombre orquesta, un encargo que ha convertido en algo bastante personal gracias a su energía vital, su alegría contagiosa y su ilimitado sentido del humor.
Mientras espero a Paco León en una de las cafeterías más chic y hipster de la muy castiza plaza de Cascorro, epicentro del Rastro, cotilleo en las aplicaciones de ligoteo y veo, a través de una de ellas, la foto de un furry, una persona vestida como un osito de peluche. Justamente este tipo de parafilia sexual aparece en “Kiki, el amor se hace”, divertida, colorista y muy epidérmica comedia erótico-festiva que supone el tercer trabajo de este actor detrás de la cámara y en formato largometraje.
Porque en ella también aparece la filia por los tejidos, el calentón que provoca ver las lágrimas de tu pareja o la excitación que produce en algunos sentirse amenazados. Rodada en verbenas, terrazas y bares de este barrio de La Latina del que es vecino el cineasta, cuenta con un elenco de estrellas patrias donde destacan Candela Peña, Alexandra Jiménez (que fue pareja artística de P.L. en “Embarazados”) y la flamante ganadora del Goya a la mejor actriz Natalia de Molina por su labor en “Techo y comida”.
Tras ver tu nueva película, uno sale con ganas de follar y pasárselo bien, como “feelgood movie” orgullosa de serlo… Sí, eso es lo que se pretende. A mí me encantaría que la gente saliera del cine hablando de filias o que surgieran sus fantasías sexuales. Ojalá descubra a la gente cosas sobre su propia sexualidad. Aunque acaba así como dices, empieza como “mal rollera movie”, porque a priori son cosas bastante sórdidas, donde parece que el sexo les va a separar y es justamente lo que les une, porque es el lenguaje del amor. Hay que currárselo en la pareja, pues lleva su esfuerzo y su cemento, que es el sexo.
También consiste en aceptar las filias de otros. Que le pueda gustar chupar los pies, por ejemplo. Claro, se respira esa tolerancia, porque se tratan con naturalidad cosas que son ajenas y al final se entiende todo por lo humano: son relaciones bastante románticas.
Tratando esos temas, podría haber resultado sórdida pero, por el contrario, tiene colorido, alegría y un tono ligero. Con un poco de azúcar es mejor todo, pero se habla de cosas que depende de donde uno tenga el límite y a qué esté acostumbrado, pero alguna gente se va a escandalizar cuando vea que mi personaje mea a un chico o cuando Candela se masturba en una iglesia; son cosas que a mí no me parecen tan tremendas, pero…
¿Tú crees…? Sí, yo me quito la camiseta en twitter y se escandalizan, o por lo menos se hacen los escandalizados… cuando es noticia eso, es que todavía hay algo.
¿Hay mucho que educar aún, sobre todo en el campo sexual? Sí, yo no quiero enseñar, ni abrir los ojos a nadie, ni educar siquiera, me da vergüenza eso, pero sí que a nivel humano hay que normalizar muchas cosas. En cuanto a tolerancia, hay mucho territorio que ganar, incluso con uno mismo. Con que uno se permita cosas. Igual que se dice que sólo utilizamos el 20% de la capacidad cerebral, en el sexo pasa lo mismo: sólo utilizamos una pequeña parte de nuestra capacidad sexual.
Pues vas a tener razón… yo también me voy a desnudar en esta entrevista. ¡Va, va, venga, jaja!
Después de ver la escena en la que orinas a Sergio Torrico, me apetece probar algo que siempre me ha dado algo de asco y salí del cine con ganas de mear a alguien. Hombre, ¡con esos pechos y esos pezones que tiene el tío…! Ja, ja (aplausos) ¡Qué maravilla! Para mí, ¡misión cumplida!
Es que tras ver “Kiki, el amor se hace”, apetece irse de fiesta y a quemar Madrid… “Y aprovechar Madrid, que no lo aprovechamos”, como dice mi personaje en la película: aquí hay de todo, de todo…
Para documentarte al escribir la película, ¿has hecho investigación de campo? Fui a una fiesta de sexo, donde había de todo: swingers, fetiche, bondage, látex… Me puse una máscara de lucha mexicana, porque no puedo ir a un local de éstos a mirar, porque me reconocen. Y lo que sale en la película es la gente que vi allí. Luego les llamamos para hacer la figuración. Yo esperaba encontrar algo como “Las edades de Lulú” y no, de repente la gente está diciendo “Me han quedado tres, a ver si en septiembre me las saco” o “Este verano me voy a Denia, que mi tía tiene una casa”… gente normal, una cosa doméstica, aunque están allí en plan búho: todos mirándose. Hay allí muchos tipos de gente y no sabes qué busca cada uno, era todo ambiguo, muy guay.
¿Y hay esa mezcla de edades? Hay gente muy mayor: es más habitual, quizás porque pierden la vergüenza, lo cual está muy bien. Había unas grandes damas de la transexualidad, unas señoras que pedí que vinieran como figuración. Unas transexuales maravillosas que se metían conmigo porque llevaba la máscara.
¿Por qué elegiste esas cinco filias para la película y no otras? Porque están en el original australiano, aunque hemos aligerado un poco la de Natalia de Molina. Investigando, hemos descubierto cientos de filias: hay quien se pone con las faltas de ortografía, quien se excita con el número ocho u hombres que lo logran viendo mujeres inflando globos o pasando frío. Da para rodar una serie.
¿Cuánto hay de improvisación y de guión en “Kiki”? El guión está muy trabajado y escrito, pero los actores no lo tienen; yo se lo transmito a ellos oralmente y así se evita caer en la mecanización de cuando uno se sabe el texto. Los ritmos de escucha y contestación son diferentes. Me he radicalizado en este lenguaje porque empecé trabajando con mi madre, a quien nunca le propuse que se aprendiera el guión. Se llega de este modo a matices y situaciones que igual la gente no valora, pero yo sí. Me gusta que las cosas sean muy de verdad.
Me dijiste un día que eres versátil… en géneros también. ¿Qué te queda por hacer: revista musical? Pues mogollón de cosas… lo próximo es una zarzuela… ¿cómo te quedas? Con Miguel del Arco, una versión moderna de “La Gran Vía”, de Chueca. Sí, me gusta meterme en camisa de once varas, “desencasillarme”, hacer cosas diferentes y salir de mi círculo de confort porque merece la pena arriesgarse. Me aburro de mí mismo y tengo ganas de hacer muchas cosas, aunque me salgan mal. Texto de Alfonso Rivera.