Daniel Calparsoro. El mosquetero del cine canalla.
“Cien años de perdón” es el título de la novena película del director criado en Donostia, un cineasta cada vez más adicto a la adrenalina de la acción, en esta ocasión metiendo al espectador en un banco donde se produce un atraco, con un elenco de figurones como, entre otros, Luis Tosar, José Coronado, Raúl Arévalo y Marian Álvarez.
¿Por qué ubicar el banco de la película en Valencia, precisamente…? Porque es un film de entretenimiento, atracos y personajes, pero con un trasfondo de política-ficción. Cuando Jorge Guerricaechevarría, el guionista, y yo parimos la historia, queríamos que tuviese relación con la realidad: hemos cogido sucesos de los últimos diez años y los hemos ficcionado para construir la trama. No pretende ser un reflejo real de nada, porque es una película, pero como Valencia era el símbolo del pelotazo… Pero no es un film político, no tiene esa intención, no pretende ser una crónica periodística, es un thriller… con algo más.
Viéndola uno no puede evitar recordar “Tarde de perros” Sí, siempre es el gran referente. Las pelis de atracos se dividen entre las que son muy violentas, como “Killing Zoe”, donde los ladrones son más malos que el demonio y acaban matándose entre ellos; o en el otro extremo, “Ocean´s eleven”: los atracadores son enrollados, majísimos y nunca hacen daño a nadie. Luego tienes el vértice de la pirámide, que es “Tarde de perros”: los atracadores dan miedo, pero te acaban enamorando y te pones de su lado; pero guardan a uno, que interpreta John Cazale, que estallará en algún momento. Nosotros no hemos copiado a nadie, pero nos hemos inspirado en muchas cintas: queremos que el espectador se vaya con los atracadores, pero también que le den miedo al principio; ahí hemos usado el sentido del humor para suavizar ese arranque, con el personaje de El Loco. También con Rodrigo de la Serna, que tiene un punto de humor negro muy bueno, se establece una sensación de oscuridad y violencia, pero al borde del sarcasmo: con un punto kubrickiano, como de Malcolm McDowell, que él tiene.
¿Por qué tanto argentino en la banda de atracadores? Porque ha sido contratada por alguien español que quería a unos de fuera: así, en caso de salir en la tele, no se les puede reconocer, como sucedía en “Tarde de perros”, donde localizaban a su mujer y a su amante… En este caso no se puede hacer, porque este atraco encierra un secreto: hay un encargo detrás.
Luis Tosar nos contaba, cuando le entrevistamos por “El desconocido”, que no le gusta el agua, pero los directores os empeñáis en que se zambulla, como hizo también en “El niño” y ahora en “Cien años de perdón”, ¿sois un poco sádicos con él? Ja, ja, no sé si lo somos, no deberíamos serlo, porque es un actorazo, pero aparte de eso es una grandísima persona y he gozado de su complicidad y de su apoyo, que me ha venido muy bien. En “Invasor” metí en el Atlántico a Antonio de la Torre y a Alberto Ammann. En “Guerreros” también lo hacía. Es una constante: me gusta el agua y si puedo meter a los actores, les meto. Luego me odian un poquito, pero siempre les digo “Si eso estaba en guión…”
La gran mentira del cine y la gran mentira de la sociedad actual, donde todo es mentira y todo el mundo miente, como en tu película… ¿qué está pasando, Daniel? No lo sé, si lo supiera, abriría un consultorio y me haría rico. Mi película habla de esa mentira oficial: yo puedo decir lo que quiera, desdecirme dentro de media hora y no me pasa nada. La corrupción es una cuestión humana, no política: se corrompen las personas y establecen la corrupción como lenguaje: una manera de progresar en la vida y avanzar. Se ve mucho esto en la gestión de lo público, el lugar más sagrado, pero la corrupción está en todas partes. Con la película cuento que el mundo es una mierda, pero de vez en cuando alguno se sale con la suya, y en este caso es alguien como tú, como el espectador que ve la película. Es un mensaje un poco canalla: estamos hartos de que nos roben, así que vamos a robar nosotros. Estos cacos hacen lo que querrías hacer tú, porque ves lo que sucede al otro lado.
Entronca tu película en este sentido con la argentina “Relatos salvajes”. Sí, es ácrata, de protesta ante todo. Es un nuevo género canalla: ya no basta sólo con hacer reír, porque las cosas son serias, y combinar esos dos elementos es muy potente. En esta peli me he encontrado con dos novedades en mi carrera: realizar una película coral y mantener ese tono de algo que empieza con un toque de miedo, luego hace gracia y finalmente llega al canallismo. Y luego está el sentido del humor, y era delicado meterlo de una manera tan clara, que es lo que hicimos con el personaje de El Loco. El humor ayuda a que todo fluya mejor.
También está ahí el poder de dominar a los demás… Sí, lo que mal llamamos progresar en la vida: pisarle la cabeza a los demás. Nadie es el bueno o el malo en esta película: hasta la directora del banco, que es una trepa, al final acaba siendo una atracadora. Todos tienen cosas buenas y malas, lagunas oscuras y aristas.
Desde “Salto al vacío” hasta ahora, tu cine ha ido yéndose hacia la acción, la adrenalina y la testosterona. Cada día eres más macho, ¿qué te pasa? Es mi lado femenino, sí, jeje, me encanta. Me gusta mucho lo que hago, aunque al mismo tiempo soy muy autocrítico. El thriller es el género con el que más disfruto, junto a la comedia, y rodarlo me hace sentir muy vivo. Porque, ¿quién no ha querido alguna vez atracar un banco o hacer una película sobre ello?
En el cine casi siempre vence el bien, en la realidad sucede al revés. ¿Es ese el motivo por el que engancha tanto? Claro, el cine te hace pensar en positivo, te genera esperanza, porque hace mucha falta. Texto de Alfonso Rivera.