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Carlos Vermut. El precio de un vestido.

Magical Girl

El dibujante y director Carlos Vermut consiguió en San Sebastián un doblete histórico: Concha de Oro a la Mejor Película y Concha de Plata a la Mejor Dirección.”Magical Girl” es la historia de un abnegado padre (Luis Bermejo) que intenta comprar un vestido anime a su hija enferma.

La cadencia de la película, al igual que en “Diamond Flash”, es muy diferente a aquella a la que estamos acostumbrados en los thrillers comerciales ¿Es algo personal o inspirado en el cine oriental? Es el ritmo que me pide la película. Me gusta que todo tenga el tiempo que merece. Para mi una película no es simplemente contar algo sino también cómo se cuenta, no es que tengas que explicar algo para pasar a la siguiente escena, sino que cada escena tiene que funcionar por sí misma. Intento que el actor marque un poco el ritmo de la escena, que no dependa tanto del montaje.

José Sacristán ha participado últimamente en películas arriesgadas como “El muerto y ser feliz”, ¿le escogiste por eso? Sí, cuando le vi en “El muerto y ser feliz” o “Madrid, 1987” estaba pensando en un personaje de características muy similares, un profesor mayor, y me encajó en este perfil.

El enfoque es más cotidiano y tiene menos toques de cómic que “Diamond Flash”. Es un reflejo más costumbrista y de barrio. “Diamond Flash” es una película de superhéroes que se desarrolla en un universo en el que existe el fantástico. En “Magical Girl” no existe el elemento fantástico, nadie tiene superpoderes. Hay más exteriores y hay más cercanía con el mundo real.

Hay menos personajes pero se centra más en cada uno de ellos. Hay menos personajes porque la película está divida pero no como “Diamond Flash”, sino que de alguna manera las necesidades de los personajes van contagiando al siguiente.

No abandonas la estructura en capítulos, ¿la usarías en más películas? No sé si lo haría en la siguiente, depende de lo que me pida el cuerpo. Lo de los capítulos viene porque me gusta la estructura de las novelas y me parece muy interesante poner el foco en personajes que pasaban desapercibidos o que un detalle en el que no habíamos caído se convierta en fundamental. Es algo que por ejemplo he estado viendo últimamente en “Breaking Bad” con esos ‘cold openings’ que presentan algo extraño y luego se une con la historia… Estás generando estímulos para que el espectador esté atento.

Hay secretos en la trama que el espectador tiene que adivinar, como el pasado del personaje de José Sacristán. Sí, en el caso del personaje de Sacristán hay un pasado que no se cuenta que yo a veces escribo y otras no, trabajo con el actor sobre ello, y en el desarrollo del misterio. Hay cosas que escribo con la idea de que se puedan descubrir si vuelves a ver la película, otras no tienen explicación. Depende mucho del caso concreto pero sí que es verdad que me gusta incluir detalles en segundo plano que puedan aportar información. Me parece que eso hace que la película siga viva.

La canción “La niña de fuego” ¿te sirvió de inspiración o vino después? En la escena en la que José Sacristán se viste para reunirse con Luis encaja totalmente la letra con lo que está pasando. Siempre me pongo a escribir escuchando canciones. Elijo cinco o seis canciones que escucho de manera compulsiva como un bucle. En esta ocasión he utilizado algunas y otras no, una de las que no pude utilizar es la que he sustituido por “La niña de fuego”. Al final se ha convertido en la canción principal de la película.

Tanto “Diamond Flash” como esta película se han enmarcado dentro de la corriente del cine low cost, ¿qué facilidades y dificultades tiene levantar este tipo de proyectos? “Diamond Flash” se ha amortizado al ponerla en televisiones, pero lo más importante no fue una ambición económica sino una cuestión de hacer la película que me apetecía con mis ahorros. “Magical Girl” tendrá un estreno en salas pero no saldrá con una tirada grande. Vamos a depender mucho de las redes sociales y del boca a boca. No pretendo dedicarme al cine low cost, sino que haré las cosas con el presupuesto del que disponga. Tiene un lado bueno y uno malo. Se supone que los creadores tenemos libertad para hacer las cosas, pero a veces los intermediarios tampoco son malos sino que mejoran el producto. La parte mala es que algunos productores alegando que se puede hacer cine más barato pueden bajar los precios.

Últimamente te dedicas menos al cómic, con excepción de un Jaimito para ¡Caramba! titulado “Cosmic Dragon”. A mi me encanta el cómic y sigo leyendo y haciendo dibujos por mi cuenta pero nunca he disfrutado dibujando cómic. Me gusta verlo después y crear las historias pero no soy un dibujante de cómic profesional. Era la manera en que tenía entonces de contar historias pero supone un esfuerzo que prefiero aplicar al cine.

¿El cine es menos solitario? En el cine si escribes y diriges tienes que compaginar épocas de completa soledad con otras en la que tienes que convertirte en el tío más social del mundo y contestar entrevistas. No es tanto por eso. Simplemente no me gusta sentarme a dibujar al mismo tipo en un puñado de viñetas. Me parece un rollo. Lo he hecho y no me arrepiento, el resultado me parece guay.

Manuel Bartual contaba que utilizaba cómic y cine para contar historias muy diferentes, ¿qué dirías en tu caso? En el caso de Manuel es verdad. En el mío creo que son parecidas. “El banyan rojo” o “Psicosoda” son similares a mis películas en cuanto al tratamiento del tema de la venganza, las relaciones familiares y el toque de cine negro. En los últimos cómics como “Plutón BRBNero” ya era un tema como más humorístico.

También eres el creador de la serie de animación “Jelly Jamm”. Estaban pensando en hacer una serie tipo “Pocoyo” y yo creé el concepto de la serie y los personajes. Luego los cambiaron un poco y lo hicieron un poco peor. A mi me gusta todo, si está hecho con cariño. Lo que pasa es que cuando haces una película o un cómic el objetivo es la obra en sí mientras que cuando haces una serie de dibujos el objetivo es vender muñecos. Lo hice con “Jelly Jamm” y pude pagarme mi primer largometraje. Texto de Roberto González.

 

 

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