El Cuerpo de Cristo. Sanación y memoria.

Bea Lema, ganadora del Premio Nacional del Cómic 2024, nos sumerge en ‘El Cuerpo de Cristo’, una obra que mezcla ilustración y bordado para retratar la complejidad de la relación madre-hija en un contexto de precaria salud mental y patriarcado.
¿Cómo fue para ti el proceso de convertir en una novela gráfica una historia tan personal y compleja como ‘El Cuerpo de Cristo’? Surge de una necesidad personal. Aun siendo ficción, tiene mucho de mi vida. Buscaba respuestas a lo que había vivido en mi infancia, en el que crecí con una madre con un problema de salud mental grave. Si bien de niña lo asimilé con una cierta normalidad por no poder compararlo con nada, es cuando soy consciente de cómo me ha afectado en la vida de adulta que entendí que tenía una cuenta pendiente con mi historia y la necesidad de distanciarme un poco de ella viéndola en papel y también de entender qué llevó a la locura a mi madre. Fue un proceso muy enriquecedor porque estuvo lleno de lecturas que me ayudaron a ampliar la mirada y a entender mejor cómo la mente puede funcionar ante experiencias dolorosas.
El bordado en la novela aporta una textura única. ¿Qué representa esta técnica para ti y cómo conecta con las mujeres de tu familia y su legado? La costura ha estado en mi familia desde mis abuelos maternos y mi madre también ha trabajado como modista. Yo crecí a los pies de su máquina ya que dejó su trabajo para hacerlo en casa y criarnos a mi hermano y a mí. Mi madre nunca me quiso enseñar a coser por ser un oficio mal pagado y muy esclavo. Siento que entre su generación y la mía ha habido un salto muy grande por venir de un entorno rural con muchas necesidades y escasa formación académica, aunque sí había una cultura basada en lo artesanal, por lo que utilizar el textil en mi libro es una puesta en valor. El bordado no ha sido considerado como una forma de creación hasta hace poco y me interesaba utilizarlo para contar historias que me interesan.
La narrativa entrelaza realidad y fantasía. ¿Cómo lograste ese equilibrio para representar la enfermedad mental y, al mismo tiempo, mostrar la visión de Vera como niña? Fue un ejercicio de recuperar mi propia voz siendo niña en el sentido de esa mirada que no juzga y que he intentado expresar también a través de una gráfica muy colorista e ingenua. Por otro lado, está el imaginario asociado tanto a la religión como a la tradición gallega de creencias como los males de ojo, los aires, las posesiones… Esto se entrelaza con cómo es ir a la consulta de un psiquiatra donde no hay lugar para la escucha, pero sí para sobremedicar sin conocer a quien se tiene delante. Es una mezcla de todo ello lo que hace el resultado final.
La historia será adaptada a un cortometraje animado. ¿Qué esperas que aporte este nuevo formato y cómo ves la evolución de tu obra en otros medios? Es una oportunidad de conocer un nuevo lenguaje, el cinematográfico, en el que aparecen el sonido, la música, el movimiento. Está siendo todo un reto. Me está permitiendo utilizar un clip de sonido real de una ceremonia de O Corpiño en Lalín grabada en los años sesenta por Gustav Henningsen, antropólogo danés que vino a Galicia y estuvo documentando este tipo de rituales. Siento que es un privilegio poder experimentar con este nuevo medio y que aporta una capa más dentro de la narración, a la vez que permite una evolución a nivel gráfico. En el corto sigo explorando el bordado y me ha llevado a dar un paso más dentro de ese estilo. Texto de David Tijero.