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Daniel Monzón. Contrabando en el estrecho.

El niño

Texto de Alfonso Rivera

Tras el éxito apabullante de Celda 211, el director mallorquín cambia los espacios cerrados de aquella cinta carcelaria por las aguas turbulentas que separan dos continentes en esta película sobre traficantes y policías aduaneros que protagonizan Luis Tósar, Bárbara Lennie, Eduard Fernández, Sergi López y el prometedor debutante Jesús Castro.

Cinco años han pasado desde el estreno de Celda 211… Sí, nada más terminar aquélla, Jorge Guerricoechevarría y yo nos pusimos a escribir una comedia negra muy divertida a partir de una idea suya y en medio del proceso surgió El niño. Con el guión empezamos en 2010, nos tiramos un año entre documentación y viajes a Marruecos, días y días conociendo a todos los implicados, y luego ordena todo eso: el proceso de escritura duró un año. Y después otro año en el que trabajé las localizaciones con el productor y el director de arte, hice el casting y cuando la película estaba lista para ser rodada, me la pararon.

¿Por qué? Fue el año de la crisis más dura y TeleCinco Cinema paralizó sus producciones. Me aseguraron que tenían interés en la película, pero tendría que esperar un año. Entonces de la necesidad hice virtud: había decidido que los personajes de los gomeros los encarnaran gente real, con ese gracejo del sur y esa verdad. Yo quería transmitir al espectador ese viaje, cargado de realidad, con sus contrastes y ese aire casi documental: entonces, o elegía a actores veraces o no tenía sentido el proyecto. Preparé mucho la parte de acción, ensayé con esos actores nuevos y les entrené, porque ninguno sabía pilotar una lancha o una moto de agua. Es una película muy complicada también de postproducción, que duró diez meses.

¿Por qué narrar dos historias enfrentadas: traficantes contra policías? Hay ciertos ecos entre una y otra. Cuando fuimos al sur nos dimos cuenta de que el escenario -el estrecho de Gibraltar- era muy poderoso. Nos apetecía mostrar los dos lados de la ley y los personajes que se mueven en ese ambiente. Y que todo fuera realista. Quise que las secuencias de acción lo fueran también, que hagan evolucionar la trama y en ellas conozcas más a los personajes. Me aburren las películas que parecen un videojuego que ni siquiera juega uno: tanto efecto digital es espectacular, pero deja frío al espectador. Echaba de menos la acción de las películas de los setenta, donde los actores se daban un golpe y te dolía: rodaban de manera que lo sentías. Aquí también están los actores de verdad.

La adrenalina entonces fue compañera asidua en el rodaje. Cuando indagamos en las motivaciones de los gomeros, aparte del dinero -que ganaban de forma rápida y gastaban de la misma manera-, les ponía muchísimo el desafío a la autoridad y el ir en un bólido por el mar. Cuando corres por una carretera tienes unos límites que ves, pero en el mar todo es horizonte y eso te produce euforia, te emborracha la sensación de libertad. También les enganchaba la camaradería con los compañeros, porque uno conduce y otro vigila.

Llevas ya varias colaboraciones con Guerricaechevarría… Sí, fue con la segunda. El robo más grande jamás contado, cuando le pedí que me ayudara a desbrozarlo, porque era muy largo y yo andaba perdido. Yo le conocía a través de las películas de Alex de la Iglesia y el guión de La caja Kovak lo escribimos juntos. El niño es el cuarto, tras Celda 211. Jorge es, además, un compañero de viaje y cuando trabajas con alguien a quien valoras, los momentos de angustia se pasan mejor. Somos ya como una pareja de hecho y ojalá dure.

Haber sido crítico de cine antes que cineasta… ¿no te hace ser especialmente exigente? Sí, lo soy, pero no lo sé si viene de eso, no me lo había planteado. Toda esa etapa de periodismo cinematográfico, que fue mi gran escuela, la valoro positivamente, porque educó mi mirada para ver el cine. Entiendo que el director es el primer espectador, pero también el primer crítico. Pretendo ser espectador, pero tengo el crítico dentro. No creo que la auto exigencia sea algo malo. No tengo nada en contra de quien haga cine y siga practicando la crítica, pero yo no veía que pudiera seguir hablando con la objetividad o la virginidad que te da el no haber hecho una película: eso te cambia la perspectiva. Lo dejé radicalmente: quemé las naves; yo sabía que era un viaje sin vuelta a atrás.

También fue una evolución para Daniel Monzón, ¿no? Sí, claro. Yo era un director en ciernes. Deseaba serlo desde que, con ocho años, me llevó mi abuela a ver King Kong, la primera versión. La crítica y el periodismo surgieron por el camino y me pareció maravilloso: ¡Me pagaban por ver y hablar de cine! ¡Por entrevistar a directores y actores que admiro, por ir a rodajes y a festivales! Eso es un sueño para un chaval que quiere hacer cine: cada uno tiene su escuela y camino. Pero llegó ese momento en que me tenía que plantear: quedarme en la crítica o intentar llevar a cabo aquello que has deseado toda tu vida. Y lo hice: de momento sigo aquí y a ver qué pasa…

Y como espectador… ¿consumes mucho cine? El proceso de hacer una película es tan intenso que apenas tengo tiempo de ver nada. Durante el rodaje, los domingos, que parábamos, me acercaba con Luis Tósar a Algeciras a ver qué proyectaban. Durante el montaje estás tan saturado, encerrado en una habitación viendo tu película, que rara vez te permites ir al cine. Y con la postproducción, más de lo mismo. Ahora que he terminado me he hecho cargo de mi hija y he ido a ver Maléfica y El tour de los Muppets, jejeje.

Tus películas no van destinadas al cinéfilo, sino a todos los públicos. Son historias abiertas. Me encanta todo tipo de cine: disfruto enormemente una película de Tarkovsky o una gore de Peter Jackson si alcanzan su objetivo de conmover de una forma o de otra. Cuando ruedo, pienso en una pantalla de cine y veo una sala y sus butacas: si me dan el privilegio de poder llenar esa pantalla en blanco, he de recordar que hay butacas enfrente y lo que quieras contar, cuéntalo de forma que sea una experiencia colectiva, que disfrute la gente. Yo he estado ahí muchas veces y he agradecido que me traten con inteligencia y me provoquen entretenimiento y me hagan pensar. Me gustaría que esos elementos estuvieran en las películas que hago. No pienso en el espectador como un ente abstracto de estúpidos, sino como individuales y más listos que yo.

 

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