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Las niñas zombi. Las nietas de la guerra.

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Celso Giménez presenta una obra acerca de tres primas que pasan un fin de semana en una pequeña casa. Durante su estancia recuerdan una historia sobre su abuelo que las retrotrae a la época de la Guerra Civil. Se representará en el marco del Festival Internacional de Teatro de Vitoria-Gasteiz.

‘Las niñas zombi’ es tu primera pieza como creador en solitario. ¿Se debe a que se trata de una historia muy personal? Si soy sincero, el teatro es una cosa tan comunitaria y La tristura ha sido un grupo a la vez tan cómplice y nuclear, que no he sentido mucha diferencia firmando en solitario. Es verdad que necesitaba hacer este gesto, casi más como una cosa espiritual, de no estar detrás de ese nombre: La tristura, que pusimos hace 20 años y que nos persigue desde entonces. Nos sorprende haber levantado un proyecto como este desde la nada, pero a veces también nos da alegría poder salir de él, ¡aunque sea un momento!

En cuanto al contenido y la puesta en escena, ¿esta obra se relaciona con las que has realizado con La Tristura? Sí, totalmente. Como decía antes, son 20 años de inventarnos un poco una forma de hacer, nuestra narrativa teatral, la estética interpretativa, el uso del espacio escénico. Qué sé yo, creo que aunque quisiera no podría desligarme mucho de todo eso. Sería genial sentirme otro por un rato, pero no sé si soy capaz…

¿Cómo has escogido a las protagonistas de la obra, qué nos puedes contar sobre ellas? Cuando llevaba unos meses apuntando ideas para la pieza pensaba que las protagonistas podrían ser un grupo de estudiantes de baile de unos 10 años. Pero una noche, en la cama antes de dormir, me vino la idea de que en un universo paralelo las niñas zombi podrían ser Belén, Natalia y Teresa, a quienes conocía de diferentes proyectos. Me hizo gracia sentir que ese sería un elenco genial para alguien.

Semanas después esa idea no se me iba de la cabeza y me venían imágenes y textos que implicaban cuerpos adultos, cuerpos que tenían sus caras. Las tres son de las bailarinas más poderosas que he visto jamás en escena pero no tuvo que ver con eso, de hecho bailan muy poco en la obra. Pero ese grupo, esas tres mujeres ya no se me fueron de la cabeza en todo el proceso de concepción y de escritura. Hasta que un día las reuní para almorzar y les conté todo. Estoy muy feliz de haber seguido ese instinto.

La obra habla de una tercera generación, de las nietas de los que lucharon en la Guerra Civil. Tras reflexionar sobre ello al realizar este texto, ¿en qué forma crees que afecta este suceso a esta generación? Es curioso porque somos una generación muy privilegiada y a la vez gravemente golpeada en momentos clave. Hace poco veía varios memes y chistes sobre esto. Cuando teníamos que introducirnos en el mundo laboral cayó la crisis económica más dura de los últimos tiempos. Y poco después cuando cogíamos el segundo tren, llegó una pandemia que se llevó por delante personas, proyectos y años importantes de desarrollo. Esto nos ha dejado, creo, poca sensibilidad para las tragedias anteriores a nosotros. Y eso es una pena. Siempre he creído que más allá del arte, lo que nos hace humanos es nuestra relación con la memoria. Son las historias de nuestros abuelos, o como mucho de nuestros bisabuelos, y a veces sentimos que estamos hablando de la época romana.

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«Siempre he creído que más allá del arte, lo que nos hace humanos es nuestra relación con la memoria. Son las historias de nuestros abuelos, o como mucho de nuestros bisabuelos, y a veces sentimos que estamos hablando de la época romana».

¿Cómo llegas a esta combinación entre una metáfora fantasiosa o de fábula y un contenido casi documental? Por lo que explicas parece que encontraste que había algo de fábula en esa historia que te contaban sobre tu abuelo… Como espectador, me encanta esa grieta en el que ya no sabes lo que se supone que es cierto, lo que es leyenda, lo que pudo quizás suceder. Las familias españolas están llenas de historias recientes extraordinarias, difíciles de creer ahora mismo. Yo mismo a día de hoy, después de estrenar la obra, no tengo ni idea de qué sucedió realmente con mi tío abuelo (porque en realidad es mi tío abuelo). Sus propios hijos y sobrinos no se ponen de acuerdo. Y siento que el arte es el lugar para imaginarlo con verdad y con poesía al mismo tiempo.

También has trabajado en el medio audiovisual, ¿intentas incorporar al teatro aspectos propios de otros medios como el cine? Soy muy feliz en el cine. Ese oscuro antes de que empiece todo, tan similar al del teatro, es de las sensaciones más sexis que conozco. Así que entiendo que sin darme cuenta el cine está en todo lo que hago. También porque para mí la escena es un lugar de encuentro entre disciplinas artísticas (audiovisual, literatura, música, etc.), es su multiplicidad la que me seduce. Toda la vida escuchando que hacemos obras muy cinematográficas y últimamente siento que lo que propongo en cine es muy teatral. Pero no me quejo, es bonito sentirse siempre extranjero.

Pese a esa investigación que realizas sobre el lenguaje escénico, ¿te interesa la vez que haya una historia clara que el espectador pueda seguir, en este caso, entiendo, con elementos de misterio? La experiencia teatral no perdura, cuando dejamos de hacer una obra no queda para que nadie la disfrute. Así que de alguna manera hay que honrar ese presente y hacer el viaje compartible. Al mismo tiempo la investigación de lenguaje es imprescindible para mí. Buscar, probar, moldear un poco los límites de lo escénico. Al final La tristura es la historia de una gente que busca tener los pies en los dos lugares a la vez, un espacio complejo y no muy transitado, que nos ha permitido estar en festivales digamos ‘especializados’ europeos y en teatros principales de ciudades como Gasteiz. Texto de Roberto González.

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