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March 19, 2024

Rodrigo Cuevas. Al calor de la zarzuela.

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Nacido en Oviedo, Rodrigo Cuevas es un músico y artista multidisciplinar fascinado por la belleza de la tradición folclórica. Rodrigo agita el acervo cultural de los pueblos con ritmos electrónicos y propone visuales que mezclan los grises de su tierra con los vivos colores de los festejos más castizos. Su espectáculo ‘Barbián’ es ejemplo de la flexibilidad de la esencia popular y de las infinitas posibilidades artísticas de nuestra herencia en sus manos.

‘Barbián’ es un espectáculo en el que podemos ver muchas formas de arte, desde poesía, música, performance, vestuario… ¿cómo lo defines? Nos gusta definirlo como ‘zarzuela-cabaret’ porque el repertorio está basado en trozos de zarzuelas -algunas más conocidas y otras menos-, pero el formato es muy cabaretero. No es el clásico formato de zarzuela con su escenografía y sus diálogos, sino que hay mucha interacción con el público. Extrajímos números musicales de zarzuela y los intercalamos con una dramaturgia nueva que los enlaza.

Lo presentas en el Museo Guggenheim. ¿Qué significa para ti actuar en el contexto de un museo? Me parece muy bien que los museos se abran tanto a artes musicales como escénicas. Creo que son espacios que muchas veces se prestan a ello y esto hace que podamos interaccionar con las distintas artes. Muchas veces, y sobre todo en la música, estamos alejados de las otras artes, y yo que soy aficionado tanto al teatro como a la pintura, la escultura, la instalación o la performance, sí que siento que me gusta estar en contacto con las otras artes y que los museos son un lugar muy bueno para esto.

¿Crees que tu carrera hace en cierto modo las veces de conservación y preservación de la cultura como podría hacer un museo? Claro, sí es verdad que los que trabajamos con la música tradicional tenemos esa vocación de conservación, de análisis y de clasificación que podría ser parecida a la del trabajo de un museo.

Has llegado a hablar de tu música con el término Sexyfolk ¿Cómo integras la sensualidad en tu música? Para la parte más sensual me baso en las cupletistas y las folclóricas del siglo XX, que me encantan. También intento romper con lo que nosotros esperamos de ellas al hacerlo desde la figura de un hombre, con todas esas disrupciones que ocurren cuando trastocamos el género. No es que lo haga yo solo, vamos, que lo llevan haciendo las travestis desde hace ciento cincuenta años, pero sí, yo utilizo esa parte más sexual que tenían en ellas.

Si te ofrecieran pasar un mes en un lugar y tiempo concretos de la historia de España, ¿cuál elegirías? Pues mira, yo creo que me encantaría conocer el mismo sitio donde vivo o el pueblo de mi abuela. ¡Sí! En el pueblo de mi abuela en 1980.

¿Crees que es justo hacer revisionismo histórico de la cultura? Creo que los que trabajamos con la música tradicional hacemos revisionismo histórico constantemente, porque evidentemente hay una parte de la tradición que no tiene sentido utilizarla ahora, o al menos utilizarla como se utilizaba antes. Por ejemplo, todo el Romancero español es muy machista, pero al nivel talibán de apedrear a las mujeres adulteras. Entonces, ¿qué sentido tiene cantar ahora algo así? Es cierto que tiene un valor literario, porque son historias que sabemos que están en la tradición oral por lo menos desde hace 500 años. Las mismas que se cantaban aquí las cantaban los judíos sefardíes que se fueron de la península en 1492. Ese valor literario es real, tanto por su antigüedad como por la manera en la que han sido transmitidas de forma oral, generación tras generación, sin haber sido escritas. Son un tesoro histórico literario que tenemos, pero, ¿tiene realmente algún valor artístico para subirlo a un escenario? Pues para mí ahora mismo no, o por lo menos hacerlo sin contextualización. Ahora mismo presentarlas en un contexto puramente histórico sería difícil de malinterpretar, puesto que no creo que nadie hoy en día en España defienda una lapidación. Es quizás cuando se habla de cosas que aún sentimos cercanas o sobre cosas no superadas, que parece que los temas pueden reabrirse otra vez, y esto puede resultar un tema delicado.

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«Los que trabajamos con la música tradicional tenemos esa vocación de conservación, de análisis y de clasificación que podría ser parecida al trabajo de un museo». 

Tanto tú como otros artistas que estáis recuperando y actualizando las tradiciones con su arte actuáis como un puente entre generaciones. ¿Cuál es ese testigo que sientes que tú personalmente estás llevando de un lado a otro, de la tradición a la actualidad? Siento que toda esta generación está tendiendo muchos puentes entre la generación de nuestros abuelos y las que puedan venir en el futuro. En las generaciones de nuestros padres siempre hubo gente que trabajó con el folclore, pero fue una generación que quizás renegó mucho de ello. Sin embargo, a la generación que está viniendo justo detrás de la mía, la de los que ahora tienen veintitantos, les encanta el folclore. Es todo lo contrario de lo que pasa con nuestros padres. En mi generación intentamos rebuscar en la herencia a través de nuestros abuelos, pero la que viene detrás ya asume la tradición del folclore como propia. En esta generación mucha más gente canta y baila, incluso de una forma más natural. Viven el folclore de una forma mucho más parecida a la que vivían nuestros abuelos.

Muchas de las cosas que haces demuestran que la base de la experiencia del folk es la comunidad. Tanto trabajar con otros artistas de la escena como vivir tú mismo en el campo y ser parte de ese ecosistema desde dentro. Cuéntanos sobre tu proyecto ‘La Benéfica de Piloña’, donde estáis creando un espacio cultural muy especial. Sí, la Benéfica es un proyecto en el que nos compramos un teatro que había en el pueblo, en la capital del Concello, y que estamos rehabilitándolo entre toda la comunidad. Como dices, creo que la experiencia del folclore siempre forma parte de un conjunto y que cuando surge aumenta la autoestima colectiva. Cuando haces cosas en conjunto sientes orgullo por lo que construye. Además, te da el poder de la autogestión del ocio. Eso me parece fascinante porque no necesitas ni un altavoz, ni un músico siquiera. Entre todos ya nos entretenemos, nos divertimos, y eso tiene un valor muy grande no solo romántico sino realmente social, que es enormemente transformador y enriquecedor.

Parece que la ciudad ya no dispone de lugares en los que experimentar la cultura en comunidad de manera espontánea. ¿Es posible que hayamos perdido estos espacios neutros de encuentro? Sí, perdimos la calle, perdimos el espacio público, incluso perdimos los bares, que ya no son lo que eran antes. Aquellos bares eran lugares en los que por ejemplo había una programación y se ponían películas, se hacían cineforums, convocatorias para juegos, etc. Eran lugares mucho más sociales y creo que ya quedan pocos de ese estilo. Ahora ya no vivo en la ciudad, pero recuerdo tener 18 o 19 años en Oviedo y vivir eso.

El éxito del Neo-folk ha dejado claro que la gente ‘de ciudad’ está preparada para entender las tradiciones, pero con proyectos como este también se demuestra que lo rural está más que preparado para acoger gente con propuestas novedosas. ¿Tu experiencia te dice que esto es así? Yo siempre pensé que la gente en los pueblos es mucho más abierta que en las ciudades, está mucho menos quemada y tiene más ganas de que sucedan cosas. Para mí siempre fue mucho más fácil todo en el campo que en la ciudad, eso es así.Texto de Janire Goikoetxea. Fotografía de Estudio Perplejo.

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