Silencio. La pausa en el discurso.
En su discurso de ingreso a la Real Academia Española Juan Mayorga especuló con la idea de que quien lo estuviera pronunciando no fuese su autor, sino un actor que le representase. Y esa actriz ha acabado siendo su amiga, Blanca Portillo. La obra se ha titulado ‘Silencio’. Hablamos con su director.
Esta obra nació en el confinamiento. De no haberse producido algo así, ¿crees que nunca habría visto la luz? La obra puede estar vinculada al confinamiento pero sus raíces son anteriores. Cuando yo empecé a escribir el discurso de ingreso a la Academia ya jugué con la idea de que quien lo estuviese pronunciando no fuese yo mismo sino un actor que me representase. En el propio discurso yo ya expresaba la idea de que pudiera no ser yo el que lo estuviese pronunciando sino un actor al que hubiese propuesto hacerlo en mi nombre. Ya en aquellos momentos pensaba que ese intérprete ideal sería mi amiga Blanca Portillo. Durante el confinamiento empezamos a organizar reuniones telemáticas y empezamos a fantasear como si estuviéramos en una sala de ensayos imaginaria cómo construir una experiencia teatral a partir de esa idea. Todos esos meses del confinamiento fueron meses de silencio, en los que hubo muchas formas de silencio. Hubo gente que tuvo que quedarse en su casa sola. Hubo gente que no pudo escuchar a personas cuya voz hubiera deseado tener. Fueron meses en los que el silencio tuvo mucho peso en la vida de la gente. También fueron meses en los que muchas personas fueron capaces de hacer algo fértil con ese silencio. Todo eso puede haber afectado al espectáculo y sobre todo a su recepción. Pero aquella idea seguramente hubiera fructificado en un espectáculo antes o después.
Blanca Portillo ha sido una cómplice indispensable, ¿fue una creación conjunta?¿Ella aportó muchas ideas? En mi experiencia como director, cuando escribo mis textos, estos siempre se desestabilizan en la sala de ensayos. En este caso de una manera muy especial ya que desde aquellas conversaciones ya empezamos a imaginar el texto hombro con hombro.
¿Has aprovechado este texto teatral para decir alguna cosa que no pudiste mencionar en aquel discurso de la Real Academia? Claro. Para empezar si en el discurso yo ya citaba algunos momentos del gran teatro o de la gran literatura (como la ‘Carta al padre’ de Frank Kafka) o El relato de ‘El Gran Inquisidor’ de Dostoievski, si esos momentos eran aludidos o citados muy brevemente en el texto original, para el espectáculo he readaptado esos textos para que esa actriz los interprete arrastrada por su deseo de teatro. También es muy importante que la actriz que en esta ficción ha sido convocada por el autor para pronunciar su discurso (una actriz que no es Blanca Portillo, así como el autor no es Juan Mayorga), esa actriz pronuncia el discurso pero al mismo tiempo entra en conflicto con él. Eso ha creado ocasiones de apertura del texto así como elementos o ideas que aparecían presentadas por mí en el espectáculo aparecen presentadas por la actriz. Entran en tensión dos voces mientras que en el discurso original solo había un discurso por mi parte. En ese sentido el texto se ha abierto y ha ganado en una complejidad dramática que lo enriquece teatralmente. De algún modo hay dos ámbitos de reescritura: por un lado grandes momentos del teatro y la literatura que en mi discurso eran citados aquí son actuados por la actriz. Y por otro la actriz que sostiene el discurso al mismo tiempo lo discute y entra en conflicto con él, en distintos sentidos.
«Para mí el teatro es el arte del actor. Yo sentía que ese homenaje debía estar en el centro del discurso y que a la vez, en el centro de ese homenaje, debía estar el silencio».
La relación entre esa intérprete y ese dramaturgo ficticios ¿se parece en algo a la que existe entre Blanca Portillo y tú u os habéis ido al lado opuesto? Entre Blanca y yo hay amistad, cariño, admiración, hay afecto y desde luego hay un enorme respeto profesional y creo que algo de eso hay sin duda también entre estos personajes. Probablemente nuestra propia relación ha aparecido en el texto pero no hemos partido de ella. Hemos construido dos personajes ficticios y también es ficticia la relación que proponemos para ellos.
¿Es en el fondo una gran reivindicación del teatro? Cuando escribí mi discurso pensé que , al haber sido elegido como persona de teatro, mi propio discurso debía estar atravesado por una cierta teatralidad. Debía ser palabra que mereciera ser pronunciada. Pero también sentía que debía ser un homenaje al teatro mismo. Y para mí el teatro es el arte del actor. Yo sentía que ese homenaje debía estar en el centro del discurso y que a la vez, en el centro de ese homenaje, debía estar el silencio. Porque el silencio es precisamente aquel ámbito en el que precisamente se realiza el actor y es aquel lugar donde el actor puede construir un mundo. Construí mi discurso pensando en el silencio en la vida, el silencio en el teatro y en el silencio en obras que han hecho de ese concepto su centro dramático.
Blanca Portillo destaca esta frase: “Mil veces me arrepentí de haber hablado, mil y una de haber callado”. En general, ¿Suele ser peor hablar o callar? En mi adolescencia escuché esa expresión que es del Kempis “mil veces me arrepentí de haber hablado, nunca de haber callado” y yo durante mi vida me he dado cuenta de que me he arrepentido muchas veces de haber dicho cosas pero me he arrepentido más veces de no haber elevado la voz frente a una injusticia de la que he sido testigo. Yo como Blanca creo que es una frase muy importante del espectáculo y por lo que escucho en el silencio de los espectadores esa frase es recibida con especial emoción. Es decir, muchos espectadores se arrepienten de no haber hablado en determinados momentos. Yo me atrevería a decir que, en caso de duda, más vale arriesgarse a hablar. Porque creo que puede ser peor callar habiendo debido hablar. Por supuesto uno debe medir sus palabras y pensarlas pero es terrible darse cuenta de que uno debería haber hablado cuando no lo hizo.
La escenografía y el vestuario son de Elisa Sanz. Este ha sido un espectáculo en el que he contado con un equipo formidable. Elisa Sanz ha hecho una escenografía en la que hay una representación del espacio en el que yo pronuncié el discurso en la Academia y en cuyo centro hay un marco vacío que es el del retrato de Cervantes. La iluminación, magnífica, es de Pedro Yaqüe, y el sonido es de Manu Solís. Y de algún modo tanto iluminación como sonido en el espectáculo son generados por la propia actriz. Lo que queremos de algún modo también es presentar la propia simplicidad del teatro. Unos golpes sobre una mesa pueden ser percibidos como tambores de guerra. O unos golpes sobre una silla suenan como el caballo de Pepe el Romano, de ‘La casa de Bernarda Alba’. Texto de Roberto González.