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Pere Ponce. Un Hamlet gallego.

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El actor catalán protagoniza, dentro de un excelente reparto, una notable adaptación de ‘Los Pazos de Ulloa’ que se estrena en el centenario de la muerte de Emilia Pardo Bazán. Helena Pimenta dirige esta obra crítica con el machismo reinante en la España del siglo XIX.

Tu personaje, el sacerdote Don Julián, interpela directamente al público, ¿lo hace eso especialmente interesante de representar en el teatro? Sí, esta cosa de romper la cuarta pared y dirigirte al público es interesante. Proporciona empatía y cercanía. Vemos las caras de la gente, cosa que normalmente no se da en este tipo de funciones. Normalmente te dedicas a interpretar tu rol y vivir en esa realidad que se encuentra en el escenario. De esta manera hay un pulso que recoges del espectador. Para el espectador también hay una parte de contacto, de acercarlo a una obra. Es una forma de hacer vivo de nuevo este texto. Cómo un texto de principios del siglo XIX puede volver a tener esa inquietud y suponer ese golpe encima de la mesa que hace Emilia Pardo Bazán con esa crítica a las costumbres de su época. Y es una manera que emplea Eduardo Galán , el productor y autor de esta versión, de hacer un pequeño ejercicio de metaficción. Yo me defino como el personaje de una novela que empieza a relatar la historia. Eso permite que la obra comience allí donde termina la novela con el personaje recordando la historia, por lo que hay una cierta distancia que permite al personaje tener una cierta opinión sobre lo que sucedió.

Usando recursos clásicos del teatro (no hay uso de pantallas ni nada similar) encontré cierto toque cinematográfico en su narrativa en ese prólogo, que es casi como una voz en off, antes de lo que serían los títulos de crédito en una película, ¿estás de acuerdo? Sí, se inicia con un flashback y tiene una cosa como de voz en off. Podría considerarse un elemento cinematográfico pero también muy teatral, depende de cómo lo mires. Helena Pimenta, la directora, tiene una gran comprensión del ritmo y tempo teatrales. Ella estaba obsesionada con que el ritmo no se rompiera, no hacer oscuros para el cambio de las escenas, pasamos de una habitación a otra, de los Pazos de Ulloa a Santiago de Compostela…y ella quería que todo esto se desarrollase con una solución de continuidad. Pese a los saltos de tiempo que se dan en la historia toda la obra no deja de ser una especie de plano secuencia emocional para el espectador en el que se zambulle en todo este universo brutal de los Pazos. Este plano secuencia no deja de ser algo muy teatral para los actores, porque en el cine se producen cortes. A mí de forma egoísta como actor me resulta más placentero el transitar por la obra de principio a fin.

Aunque sea uno de los más positivos dentro de la historia, ¿te resultó difícil componer o entender al personaje? Lo más difícil para mí fue entender el universo ético de Don Julián, entender su contexto. Es un personaje de clase humilde que a través de un cierto servilismo accede a un seminario. Sirve a Dios pero de alguna forma también sirve a un señor, hay un cierto sometimiento en varios de los personajes. Hay un libro que se llama ‘Imitación de Cristo’ que es el texto de cabecera de Don Julián y que me sirvió para comprenderle. Es un tratado sobre el poder de la cruz, del sacrificio, de cómo el ser humano vive en un valle de lágrimas, y que si nos sacrificamos obtendremos la recompensa de la vida eterna. Todo esto no deja de ser un ejercicio de sometimiento. Es un personaje que intenta llevar la luz a este territorio tan sombrío y despiadado de los Pazos y aportar con su bondad y su ingenuidad una serie de valores. Se da cuenta de que fracasa y no deja de ser una tragedia para él porque se enfrenta a su época y se percata de que está sólo y desamparado. Llega a la conclusión de que no le ha servido de nada la fe, no ha podido producir cambios en la naturaleza. La dificultad de que se produzca también este cambio en las mujeres, que se rebelen contra ese patriarcado y ese sometimiento brutal de lo masculino. El padre Julián intenta ayudar a la mujer, también con sus luces y sus sombras porque sigue creyendo en la institución del matrimonio incluso cuando observa marcas de maltrato. Es una especie de Hamlet gallego, un personaje que quiere restaurar el orden perdido pero se ve imposibilitado para actuar por su espíritu y su carácter.

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«Emilia Pardo Bazán fue una gran feminista. Ella ya acuñó el termino de mujericido«.

Claramente el tema más intemporal es el de la violencia y maltrato contra las mujeres. En su día la novela también se consideró un exponente del naturalismo y del positivismo, ¿ves en ella alguna otra cuestión actual?Tiene esta cosa del determinismo, muestra cómo los personajes están condicionados por sus circunstancias o por su clase social. Pero Emilia Pardo Bazán no deja de ser muy contradictoria en este aspecto ya que es una persona aristocrática y católica pero a la vez es una gran feminista, rompe moldes y ella acuñó el término de “mujericidio”. Es consciente de esta realidad y no duda en denunciarla en diferentes clases sociales. Es algo que sufren tanto Isabel, la criada, como Nucha, que es de una clase social más aristocrática. Otro aspecto que mantiene actualidad es el reflejo que hace del caciquismo a través de personajes inquietantes como Primitivo que hace y deshace con media sonrisa y sin llevar nunca la contraria. No deja de ser un político como los que podemos tener hoy en día. No siempre son los mejor preparados los que llegan a servir a la comunidad. Muchas veces son las personas más ambiciosas.

La obra tiene un tono particular. No deja de ser una gran tragedia, pero está, en cierta medida, contenida y contiene sus toques de humor. Pardo Bazán tiene un humor muy socarrón, muy gallego, muy fino y muy certero. Eso lo mantienen ciertos personajes en ciertos momentos y de hecho la gente se ríe bastante en algunos momentos. Me pareció curioso cómo al representar la obra en Coruña y en Santiago la gente de Coruña se reía mucho con la descripción un tanto despectiva que hace Emilia Pardo Bazán de Santiago y sin embargo cuando lo representábamos en Santiago en esa parte se producía un gran silencio. Helena y Eduardo han querido que el espectador supliera la violencia con su imaginación, por ejemplo obviando la aparición del niño, Perucho.

Es la primera vez que trabajas con Helena Pimenta. Sí,aunque soy un gran admirador de su trabajo desde siempre. Me parece una de las grandes directoras de nuestra escena. Tiene algo de maga del teatro, que es impresionante.

Has interpretado a Eugenio en ‘Cuéntame’ o a Cervantes en ‘El ministerio del tiempo’, ¿notas el peso de la popularidad o te escondes en tus personajes? ‘Cuéntame’ es un bombazo de popularidad porque en su momento la veían ocho millones de personas. Eso da un cierto reconocimiento pero a medida que pasa el tiempo puede haber un relevo generacional y existir gente que ni siquiera ha visto la serie. En una ocasión me vinieron una madre y un hijo y la madre me conocía de ‘Cuéntame’ y el hijo de ‘El ministerio del tiempo’. La tele da una gran popularidad. El teatro puede parecer más efímero, pero también hay gente que se acuerda de que te ha visto en una obra de teatro, así que también hay algo que permanece. Texto de Roberto González. Foto de Pedro Gato.

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