Ramón Barea. La compañía ambulante.
Ramón Barea dirige esta versión de ‘El viaje a ninguna parte’, la novela y posterior película de Fernando Fernán Gómez, adaptada al teatro por Ignacio del Moral. Para esta aventura cuenta con un solvente reparto y un espacio escénico diseñado por José Ibarrola.
‘El viaje a ninguna parte’ fue serial radiofónico, novela y película… El teatro ha sido el último medio al que ha llegado. Es curioso ya que trata precisamente sobre ese mundo… ¡Exacto!. Es una idea que Fernando fue convirtiendo en formatos diferentes. Inicialmente él quería hacer una radionovela, y a medio camino le ofrecieron publicar algo y lo reconvirtió en novela, y una propuesta de película lo convirtió en un galardonado proyecto cinematográfico. Yo creo que el tema, la idea madre, es la que ha sustentado todo ese periplo. Es un canto de amor al oficio y eso es lo que permanece en el formato que sea.
La obra se representó en enero en el Arriaga y ahora vuelve…¿a qué se debe? ¿Quedasteis con ganas de seguir en un momento en el que la pandemia estuviera más relajada? La verdad es que no es habitual que el Arriaga repita la programación de sus producciones, en esta ocasión es una excepción yo creo que fruto de la simpatía de sus responsables, con la obra, con el tema, con el equipo, y sobre todo la respuesta del público que fue muy contundente en su primera estancia en el Arriaga, efectivamente pesar de la pandemia. Creo que ahora con estas dos semanas y en un momento mejor (crucemos los dedos) hay mas oportunidades de ver esta producción del Teatro Arriaga.
Te basas en una adaptación al teatro por Ignacio del Moral que, decís, conserva la esencia de la obra original. ¿Hay cambios sustanciales? En la versión cinematográfica, por ejemplo, el retrato de los personajes femeninos- al menos a los ojos de hoy- resulta un tanto cliché. Si, la esencia es la novela. La adaptación de Ignacio del Moral, que fue estrenada por el Centro Dramático Nacional hace unos años, es la que hemos montado, con la supresión de alguna escena y la inclusión de otras que a mí me parecieron interesantes. Pero siempre la fuente es la novela de Fernando Fernan Gómez. No hay «actualizaciones» de la historia, precisamente su encanto es esa sensación de cuento intemporal, con roles irreales, novelescos, lo que colocan el relato y la puesta en escena en una especia de historia intemporal. Como los cuentos.
¿Tuviste claro que el papel de Don Arturo debías encarnarlo tú, para recoger el testigo de Fernán Gómez o rendirle homenaje? Ha sido un lujo para mi poder no sólo dirigir este espectáculo con mil amores y complicidades, sino también haber podido interpretar al patriarca de la compañía Iniesta/Galván, que en la película interpretaba Fernando. Yo pude trabajar en su última producción teatral con el Centro Dramático Nacional que fue ‘Morir cuerdo y vivir loco’. Era una adaptación de Fernando de la segunda parte de ‘El Quijote’ de Cervantes, en la que yo interpreté a Alonso Quijano bajo su dirección. Fue su último trabajo teatral. De alguna manera él me ha inspirado para montar esta puesta en escena, especialmente emocionante para mí por muchas razones.
Es una obra muy coral con personajes de características muy definidas, ¿fue fácil elegir al reparto? Este reparto es muy especial para mí, porque todos son colegas que admiro. Es mi reparto ideal, y creo que el equipo actoral, da un tono añadido a la propuesta que es fruto de las complicidades profesionales. Es como si realmente fuéramos la compañía Iniesta Galván y lleváramos tiempo recorriendo los caminos con el teatro. En realidad no estamos inventando ni falseando la realidad, ¿no? Somos una tribu ambulante, lo hemos sido, y seguiremos siéndolo.
«Yo pude trabajar en la última producción teatral de Fernando Fernán Gómez con el Centro Dramático Nacional que fue ‘Morir cuerdo y vivir loco’. De alguna manera él me ha inspirado para montar esta puesta en escena, especialmente emocionante para mí por muchas razones».
De nuevo basándome en la película, en esta historia la compañía teatral tiene una relación de amor/odio con el cine y con «los peliculeros». Hoy en día, ¿cómo ves la relación entre cine y teatro? Ya no creo que se vean como dos medios enfrentados pero sí que puede haber cierta itinerancia o incluso seguir existiendo estas «huidas» de un medio a otro, aunque la mayoría compagináis ambos medios y algunos otros. ¡Claro! No se puede ir en contra de los cambios sociales. Fernando Fernán Gómez no fue nunca cómico de la legua. Él escribió esta obra como un homenaje al oficio de cómico, pero realmente Fernando estaba instalado en el cine, como actor y como director. No tenía rechazo alguno contra el cine. Era un guiño sobre la fragilidad del oficio teatral, y el miedo a perder el trabajo de cómico ambulante. Hoy lo normal es que un actor pueda alternar teatro, cine y televisión. Se ha pensado que el cine iba a acabar con el teatro, o la televisión con el cine… y ya ves, todos los medios están evolucionando y siguen vivitos y coleando.
En general, ¿crees que perviven algunos de los problemas (tanto en el campo del teatro como a nivel social) que había en la época en que sucede la función? Yo creo que sí. Pienso que ‘El viaje a ninguna parte’ es la fábula sobre la precariedad del oficio, de su inseguridad, de su dependencia del momento histórico que se vive, de lo aleatorio de las contrataciones, del acceso a los teatros, de la lucha del día a día de un oficio que lleva siglos y siglos transformándose a adaptándose a los cambios sociales.
¿Qué puedes contar de los aspectos técnicos de la obra, por ejemplo, sobre el espacio escénico de José Ibarrola? José Ibarrola, con quien he trabajado en varios proyectos a lo largo de mi carrera, ha construido un espacio mágico, que recuerda a una especia de trastero de teatro, donde hay restos de atrezo de cualquiera sabe que espectáculos y que conforman un cementerio surrealista en el que transcurre toda la acción. Todos los espacios se forman dentro de este trastero, en el que finalmente quedarán los restos de los cómicos que realizan ésta función, este ‘Viaje a ninguna parte’. También tengo que mencionar el trabajo del músico Adrián García de los Ojos, que está en directo con el piano y que ha elaborado una preciosa banda sonora. Indudablemente también conforma el espectáculo la luz de David Alcorta, que crea esas atmósferas tan especiales…
Patxo Telleria comentaba en una entrevista que la gente sale reconfortada de la función.Sin embargo la película tenía un toque tragicómico en su desenlace, ¿crees que prevalece una sensación de optimismo en su mensaje? Sabes que hay productores de cine en este momento que sólo producen obras que acaben bien, que tengan finales alegres. Hay un equívoco que infantiliza a los espectadores y que piensa que por ficcionar un final feliz el espectador es también feliz. Yo creo que el espectador es feliz cuando siente que la historia tiene que ver con él, cuando sale del teatro «tocado», transformado, con happy ending o sin él. La catarsis es inherente al teatro, ya está inventada. Forma parte de la esencia del teatro conmover al espectador, inquietarle, entretenerle, tocarle,y no necesariamente ofrecerle paraísos de guión.
Eres también el alma de Pabellón 6, ¿qué tal ha afrontado ese espacio la crisis sanitaria? Bueno, el viaje sigue, a pesar de la pandemia, a pesar de la crisis… a pesar de los pesares, este oficio itinerante continúa. En Pabellón hemos mantenido la actividad desde junio del año pasado, ininterrumpidamente; también el Teatro Arriaga. El virus nos ha dado un gran palo a las artes en vivo, pero hay que buscar el oxígeno para seguir, hay que seguir el viaje. Texto de Roberto González. Fotografía de E. Moreno Esquivel.