Premio Pritzker. Humanizando, que falta hace.
La arquitectura es la obra del hombre transformando la naturaleza y su entorno para habitar en él. Cuando la arquitectura reporta al ser humano un mayor sentimiento propio de serlo y sentirlo, y lo hace con el debido respeto al medio sobre el que actúa, es cuando se puede hablar de buena arquitectura.
En este sentido el jurado del premio Pritzker, viene recogiendo una tendencia de mirada hacia esos arquitectos vernáculos, de fundamentos propios muy arraigados, con planteamientos basados en la ética personal y sobre todo con un marcado compromiso ético, social y ecológico. Ya lo hizo años atrás, con varios casos, como Alejandro Aravena, RCR, Balkrishna Doshi e Yvonne Farrell y Shelley McNamara el pasado año.
Este año Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal, fundadores de Lacaton & Vassal, han sido los galardonados.
Por así decirlo, el Pritzker se ha ido “humanizando” si se me permite, girando su visión desde las megafiguras con megaestudios transfronterizos hacia otras formas de entender y desarrollar la profesión de la arquitectura.
La arquitectura de Lacaton y Vassal se basa en dar respuestas muy concretas y precisas a problemas detectables generados por el paso del tiempo, tanto en cuanto a las propias transformaciones sociales como a los nuevos retos que le son dados a la arquitectura derivados de las cuestiones de sostenibilidad, viabilidad, habitabilidad y huella ecológica, dentro del campo de la vivienda y desarrollo urbanos.
Alejados de una propuesta teórica concreta plasmada en ningún tratado o texto dogmático, su trabajo destila sensatez y método eficaz desarrollado a lo largo de los años, con una exquisita preocupación por los moradores (visitan sus viviendas una vez habitadas). Así pues sus obras tratan de recuperar, de conservar y no destruir, de aprovechar a costes menores, con materiales más económicos y ecológicos. Crear, en definitiva, espacios “marco” para las actividades diversas de sus ocupantes, no resultan impositivos, dejando a la gente que “personalice” a su gusto con mobiliarios y motivos tan dispares como sus gustos determinen.
Inteligente planteamiento de soluciones ligeras y vaporosas en las envolventes de los edificios para ampliar espacios que generan “nueva vida” posibilitando consumos energéticos menores, es decir, viviendas más eficaces, sostenibles y “más humanas” en casos en los que se cuestionaba su sola presencia y se postulaba su demolición.
El equipo francés es reconocido por sus numerosos proyectos de vivienda sostenible, entre los que destaca la Torre Bois-le-Pêtre, construida en París en 1961 por Raymond Lopez y renovada por Lacaton & Vassal en 2011 o las viviendas sociales del Grand Parc de Burdeos. Pero también por intervenciones como la realizada en el Palais de Tokio, una galería de arte contemporáneo en París.
Dos aspectos sobre los que existen dudas razonables, los enumera François Chaslin en la revista AV. Por un lado, el hecho de que “las construcciones inspiradas en invernaderos hortícolas puedan respaldar y/o generalizar “la arquitectura barata”. La otra sombra de sospecha es “la preocupación por el envejecimiento de los materiales, cuando la ligereza pase a ser fragilidad o mala calidad”.
Más allá de estas cuestiones que quedan para ser resueltas por el paso del tiempo, animo a los más curiosos a indagar en el trabajo de este estudio. Texto de Leonardo Ignacio González Ferreras.